La Deuda Pendiente: Inclusión Educativa para la Neurodiversidad en Chile
La neurodiversidad -término que abarca condiciones como el autismo, el TDAH y la dislexia, entre otras- desafía los cimientos homogéneos sobre los que se ha construido tradicionalmente el sistema escolar chileno. Si bien en los últimos años hemos sido testigos de un discurso público creciente a favor de la inclusión, existe una brecha profunda y preocupante entre la retórica y la realidad cotidiana que viven miles de niños, niñas y adolescentes neurodivergentes en las aulas. Una reflexión crítica exige preguntarse si las acciones del Estado están a la altura de la urgencia y complejidad del desafío.
El principal marco de acción ha sido la Ley de Inclusión Escolar (Ley N° 20.845), que promueve la no discriminación y el acceso universal. Sin embargo, su implementación choca con una cruda realidad: la falta de formación específica del profesorado. Un estudio cualitativo de la Universidad de Chile sobre experiencias docentes revela una constante sensación de despreparación para abordar las necesidades específicas de estudiantes neurodivergentes, lo que se traduce en estrategias pedagógicas genéricas que often resultan insuficientes.
El Programa de Integración Escolar (PIE), pilar fundamental de apoyo, muestra serias limitaciones. Si bien ha aumentado la cobertura, organizaciones como “Apoyo Autismo Chile” denuncian que frecuentemente se reduce a pocas horas de apoyo semanal por estudiante, con equipos multidisciplinarios sobrecargados, priorizando la contención sobre el desarrollo genuino del potencial de cada niño. La inclusión, en la práctica, riska convertirse en mera integración física dentro del aula regular, sin los ajustes necesarios para una participación y aprendizaje significativos.
Más allá de las aulas, el acceso a diagnósticos tempranos y terapias de apoyo representa otra barrera estructural. La data del Ministerio de Salud indica listas de espera prolongadas en el sistema público, privatizando de facto la oportunidad de una intervención oportuna a quienes pueden costearla. Esta desigualdad de partida marca de manera indeleble la trayectoria educativa de un niño neurodivergente.
El Estado ha respondido con iniciativas como la Guía de Apoyos para la Inclusión Educativa del MINEDUC, un documento valioso en teoría, pero cuya efectividad se diluye si no viene acompañada de una inversión sostenida en capacitación, disminución de la ratio alumno-profesor y una verdadera diversificación de la enseñanza.
Las acciones del Gobierno apuntan a mitigar, pero no a transformar. La crítica de fondo reside en la falta de un cambio de paradigma radical: desde un sistema que espera que el estudiante se “adapte” a la norma, hacia uno que valore la neurodiversidad como una riqueza y diseñe entornos de aprendizaje diversos por principio. La verdadera medida del éxito no será la cantidad de niños neurodivergentes matriculados, sino cuántos de ellos pueden transitar su vida escolar sintiéndose comprendidos, valorados y con las herramientas para florecer. Esa sigue siendo la deuda pendiente.

